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Si tuviéramos un amigo de carácter cambiante, malhumorado e inestable, inescrutable y errático, que reclama toda nuestra atención y, cuando quedamos con él, con frecuencia nos toca pagar la cuenta, podríamos llegar a afirmar que se trata de una relación tóxica. Pues bien, así podríamos describir la relación con las Bitcoin. Sin embargo, también hay que reconocer que aportan un soplo de aire fresco, y sea como sea, lo cierto es que han llegado para quedarse.

Es innegable que se trata de un tipo activo muy volátil que está sujeto a fuertes fluctuaciones de precios, por lo que, digamos lo así, no es apto para personas con baja resistencia al riesgo. De hecho, los últimos meses han sido preocupantes: desde principios de 2022 hasta hoy se ha producido una caída de la capitalización bursátil desde los 2.500 billones de dólares hasta aproximadamente 1.100 millones de dólares. Y por si eso no fuera suficiente, la quiebra de algunos proveedores de servicios de activos digitales y varios robos de carteras han minado la confianza en las criptodivisas. 

Las fluctuaciones de precios de las monedas digitales han sido recurrentes en el pasado, pero el aumento en la demanda ha hecho crecer también su visibilidad y el interés del público por los movimientos de precios de estos activos. Sobre todo entre los más jóvenes: para muchos de ellos, han sido su primera toma de contacto con el mundo de la inversión. Y no podemos olvidar el potencial de la tecnología blockchain que hay detrás de las criptomonedas, cuyas múltiples aplicaciones aún están en gran medida por explorar, lo que también está despertando el interés por participar más directamente en este nuevo vehículo de inversión. Por tanto, rechazarlas sería como dejar de lado a ese amigo del que hablábamos al inicio, que a pesar de todo no tiene malas intenciones. 

Aunque las criptomonedas tienen entre sí muchas cosas en común, son diferentes, e invertir en ellas no es igual en todas partes ni para todos. De momento, ya están experimentando una gran aceptación y, a pesar de su volatilidad, van camino de convertirse en un tipo de activo habitual en una cartera equilibrada entre los inversores privados. Con una ventaja añadida: algunas de estas criptomonedas incluyen recompensas de participación como los pagos de dividendos (algo tradicionalmente propio de las acciones).

Objetivo: convertirse en un fenómeno de masas

Las criptomonedas pueden ser una buena estrategia de inversión a largo plazo y quieren conquistar a las masas, pero para ello tienen que ser sencillas y accesibles para cualquier persona. Es decir, si para invertir en criptodivisas tenemos que crear una criptocartera independiente, pagar por su custodia y recordar una compleja cadena hexadecimal de 64 caracteres y un código binario de 256 dígitos como clave, no muchas personas podrían realmente beneficiarse de ellas. La clave está en que se puedan gestionar desde las cuentas de valores habituales y la negociación tenga lugar en bolsas reguladas. Y eso, hoy ya es una realidad.

Pongamos un ejemplo. Muchos dirían que las materias primas son una parte fundamental en una cartera diversificada, pero muy pocos guardarían lingotes de oro, botes de petróleo o toneladas de cobre en su casa. Pero del mismo modo que sí invertimos en oro si se incorpora a un producto comercializable, así lo hacemos con las criptomonedas. Y para que sean vistas como una clase más de activos y evitar su parte más oscura, la negociación en forma de valores en bolsas reguladas permite invertir en ellas con una infraestructura segura.

Las criptomonedas son una parte esencial de la democratización de la inversión, pues la participación y el acceso a este mercado es sencillo, seguro y de bajo coste. Pero al mismo tiempo, esto no es posible si no existe una adopción masiva. Al igual que sucede con el desarrollo tecnológico, la existencia y conocimiento de las monedas digitales no es cuestionable ni reversible. Sencillamente existe, de modo que cuanto antes nos familiaricemos con esta clase de activos, más provecho podremos sacar de ellos. Y como ya sucede con los nativos digitales, los criptonativos tendrán ventajas sobre el resto.

Un activo en fase inicial de desarrollo con un futuro prometedor

Queremos que las criptomonedas sean un medio de pago, una inversión rentable, un refugio seguro e incluso una protección contra la inflación… Ciertamente, unas expectativas demasiado altas destruyen cualquier relación, y hay que tener en cuenta que todavía estamos en una fase inicial de desarrollo. Y sí, sin paños calientes: es un activo muy volátil y se corre el riesgo de perder el dinero invertido. Pero hay que pensar en su gran potencial.

Las criptodivisas están evolucionando hacia una solución más escalable y sostenible. Un ejemplo es la fusión de ether, la moneda nativa de Ethereum, que se encuentra inmersa en un importante proceso de transformación. El aumento de las entradas de inversores a largo plazo y de fondos de inversores institucionales podría mitigar la volatilidad en el futuro. Su creciente importancia como medio de pago también podría aumentar su valor, lo que sería interesante desde el punto de vista del inversor. Incluso el a priori reacio Banco de España ha dado luz verde a algunos proveedores de cripto para que puedan vender sus activos a inversores minoristas. El desarrollo de un marco regulatorio bien planteado podría aumentar aún más su estabilidad y la seguridad

Sin duda, hay motivos para el optimismo. Las criptodivisas están llamadas a convertirse en algo cada vez más habitual. Empiezan a tener un uso concreto en la vida cotidiana como medio de pago, y esta tendencia también se está observando en el ámbito de las inversiones en criptodivisas, ya que las principales ya están disponibles en las bolsas reguladas más importantes, un gran avance que cambiará significativamente la percepción sobre ellas. 

La cuestión es que las criptomonedas tienen derecho a existir aunque, en realidad, han sido creadas para que nadie tenga el poder de decidir si existen o no.

Fuente: es.beincrypto.com